Ser, estar y parecer: Cookies
El deshielo capitalista ha llegado definitivamente tras veinticinco años de caída del muro.Las calles que rodean la Friedrich Strasse al lado sur de la avenida Unten den Linden van recuperando un aspecto elegante. Lejos de ser la gélida zona cero cercana a la frontera de otros tiempos el barrio va ganando el estatus que le corresponde a una zona céntrica repleta de hoteles y embajadas. Las tiendas exclusivas para clientes sin problemas se suceden en las largas aceras de la calle.
Prada Gucci, Bentley o Bugatti dormitaban en la soledad de una noche gélida. La nevada arreciaba una vez más después de semanas seis semanas de frío y precipitaciones. Apenas unos pocos viandantes se atrevían a desafiar los montones de nieve sucia que se acumulaban sobre las aceras. Las calles con sus edificios, bañados de una mortecina luz anaranjada, me recuerdan a la avenida llena de manifestantes de la película del Doctor Zivago, sólo que aquí el comunismo ya ha pasado y la calle estaba desierta. Las primeras manzanas al sur de la Unten den Linden, llenas de grandes edificios oficiales y ministerios están escasamente habitadas y a esas horas la mayoría de edificios son espectros de lo que son en la mañana. Si acaso, la única vida se ve, es en la puerta del céntrico hotel Westin con sus clientes entrando y saliendo. Algunos policías abrigados vigilan lugares estratégicos, como son las embajadas, haciendo frente al frío con mirada recelosa y poco más.
Erdal, nuestro cliente en Berlín había escogido algo especial para nosotros. Un restaurante vegetariano tan escondido y secreto que parece el local de los contubernios y las revoluciones. En realidad, a mi juicio, es más que nada un decorado para gente ansiosa de sentirse especial, en la onda, conocedora de los secretos del buen gusto propios de una gran ciudad.
En pasaje de aspecto industrial, tal y como corresponde a un patio de carga, se arriman contenedores y dos extrañas lámparas barrocas de latón que parecen fruto de un derribo de un teatro. En realidad, como supe al día siguiente, se trata del callejón trasero del teatro de la ópera cómica de Berlín. El callejón tuerce a derecha e izquierda ya techado y se acaba en una valla que impide finalmente el acceso a los coches. En ese punto, a la izquierda, subiendo unas sencillas escaleras de obra apenas iluminadas por una luz cenital y como si se tratara de un local de la época de la ley seca, aparece una puerta anodina, sin rótulos. Un telefonillo y un saludo, a modo de santo y seña, y la puerta se abre y se entra en un laberinto de pasillos de muros negros y escaleras que llevan al primer piso. Llegados al rellano se ve a la izquierda la cocina con personal tan joven como chic, a la derecha mesas entre paredes encaladas y apenas iluminadas por velas y luz mortecina. Como siempre la luz justa para ver y verse. El público, evidentemente sofisticado y rico, se sitúa entre la bohemia de los artistas con pretensiones o caché, y los cachorros de la burguesía local. En general es el ambiente adecuado para presumir de un gusto sofisticado, del saber ser, del saber estar en la cúspide de la sociedad y parecer precisamente eso: alguien especial.
Si se tratara del cuento del rey desnudo yo diría que el rey desnudo lleva sólo ropa interior. Culpa mía. No soy demasiado sofisticado e incluso observo estas cosas con falta de fantasía y como si fuera el análisis del PH de la piel de una rana.
El consenso general, en la voz incluso del prestigioso Spiegel, habla de un lugar con atmósfera especial y de la discoteca más chic de Berlin. Cualquier campesino sensato, en cambio, lo hubiera calificado como lo que en realidad era: un antiguo almacén de Aeroflot con las paredes peladas y llena de excéntricos urbanitas. Para ser honesto hay que decir que la comida era deliciosa: Lacto ovo vegetariana pero colorista e imaginativa. Mis compañeros hubieran, tal vez, preferido algo más sustancioso como pueda ser un filete de carne o salchichas alemanas y patatas. El servicio, amable y atento, hacía sentir la estancia como cómoda y relajada, pero incluso creo que el toque afable estaba dentro de la fantasía de lugar alternativo.
Estábamos sentados junto a la inmensa ventana y veíamos una perspectiva cónica central de libro. Las líneas de fuga chocaban contra la pared frontal del edificio de aeroflot con sus letras de brillante azul eléctrico.
Erdal es un turco con apariencia más joven que la edad real que tiene. Cortés, amable y bon vivant, es del tipo de anfitriones que se desvive. Se nota que le gusta hacer gala de su conocimiento de los locales de moda de la ciudad. Un día puede ser vietnamita, otro oriental y el siguiente como este. En realidad tiene, tienen en su familia, un sentido del protocolo parecido a la manera de hacer las cosas en España
Las cenas de negocios son una mezcla de familiaridad, amistad, cautelas y medios secretos. El alemán, en este caso, era el puente entre culturas. Se habla de familia y de dinero, de negocios y de relaciones. En el fondo un buen negocio sólo funciona si hay una buena vibración entre las personas. A pesar del ambiente cordial siempre hay que tener el cuchillo guardado bajo la mesa. En cualquier momento puede surgir un problema y hay que estar a la defensiva y saber reaccionar. Si todo marcha bien todos ganan pero si algo falla es como en los matrimonios con conflictos: de la falta se pasa al resentimiento y finalmente al divorcio. Todo depende de qué y cuanto se acumule contra la relación.
El tiempo fue discurriendo entre platos y postres. Llegó la hora, algo así como las 23:30. Nos levantamos y al salir hicimos los honores a la cocina. Dimos una vuelta desganada por una discoteca todavía vacía a esas horas. Afuera el tiempo seguía arreciando y por lo demás no estábamos para muchas más milongas. Nos despedimos de Erdal hasta sólo unas horas después. La feria empezaba y a las 7’30 de la mañana estaríamos saliendo para el mercado central.
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