Del Oeste al Este
Eran ya mis últimas horas en Berlín. Como siempre quería disponer de ellas para conocer más de una ciudad siempre fascinante. Tras un rodeo callejeando por los alrededores de la Charité, el complejo clínico universitario de la ciudad, llegué a un puente que dejaba ver una amplia curva del río congelado.
Las distancias entre diversas partes del centro parecen pequeñas y uno no se da cuenta de dónde estuvo un lado u otro de la frontera en los años del muro. En ese momento llegaba al llamado puerto de Humbold. Al otro lado de la calle estaba la antigua estación de Hamburgo hoy museo de arte moderno. Sólo hace falta cruzar un puente y se está al otro lado. Al final del pretil hay una sencilla placa en alemán, inglés y francés y una lápida de piedra con algunos ramos de flores. Justo en ese lugar encontró la muerte el primer fugitivo del muro a pocos días de su primera erección. Günter Liftin, que así se llamaba el mismo, tenía por entonces 24 años. En la foto aparece pleno de vida aunque ahora sería un abuelo de setenta y tres años. Lo que para él fue una elección mortal, cruzar el río, para mí no ha pasado de ser algo trivial.
No tenía un plan previsto determinado ni una dirección decidida. A pocos metros del río se ubica la estación central y así decidí llegar tan lejos como me fuera posible en lo que fuera el Berlín Oriental.
Al paso de tres estaciones se sigue entrando en una ciudad diferente. Efectivamente, una vez se llega a la Alexander Platz, se percibe un cambio espectacular en el paisaje. No hay ya barrios de estructura tradicional. Más bien se suceden bloques y más bloques en complejos ajardinados según los modelos de urbanismo vigentes en los años sesenta o setenta. La verdad es que se aprecia el esfuerzo realizado en reinventar una ciudad moderna, pero a la vista de los gustos de este momento de la historia los barrios han envejecido tan mal que ni salen en las guias turísticas como partes interesantes a visitar.
El público de los vagones ya tenía el aspecto de gente del barrio en uno de sus desplazamientos de ida o vuelta al centro. Adolescentes abrigadas, una pareja de homosexuales maduritos con peluquín y pendientes, madres con sus carritos y todo en vagones a medio llenar. Los modernos vagones del metro no tienen separaciones y por ello se veía todo el interior hasta la cabeza del tren y su serpenteo entre las curvas de los túneles.
Tras un par de transbordos aparecí en medio de lo que fuera la Stalin Allee. o"Alameda de Stalin" que diríamos nosotros. Por verguenza torera los alemanes, tan políticamente correctos en sus decisiones, han sustituido el nombre Stalin por el de Karl Marx, comunista como el primero, alemán por lo menos y sin el pasado tan tenebroso que se le atribuye al presidente soviético que marcara toda una época. El primer nombre, no obstante, le viene al pelo y tal vez es más descriptivo del programa ideológico implícito. Se trata de un proyecto iniciado en los años cincuenta bajo los auspicios de la arquitectura neoclásica soviética. A ambos lados de la calle se ubican edificios de piedra trazados a golpe de líneas rectas. En la parte superior ventanas repetidas a intervalos regulares durante metros y metros, balcones y en la base una columnata tras la cual se perciben tímidamente algunos comercios. Fue aquí precisamente donde en los años de su construcción se dio la primera revolución espontanea frente a un gobierno supuestamente de trabajadores pero en la realidad una imposición de la potencia imperial soviética. La realidad se imponía y la desmesura, si se compara con la parte capitalista de la ciudad, era evidente por más que la arquitectura pretendiera hablar de la grandeza del sistema y sus constructores.
Aquella mañana de sábado las calles estaban tranquilas con algunos viandantes en sus tareas cotidianas. Aquí una abuela con su perro vestido como un abuelo, allá dos repartidores de propaganda, un matrimonio discutidor con apariencia rústica, coches resbalando en el hielo. El sol parecía asomar tímidamente entre las torres y en todas las perspectivas aparecía la bola de la torre de televisión como un gran hermano vigilante de las virtudes comunistas de los ciudadanos. Justo llegando al Teatro llamado "Escenario Popular" o Volksbühne la ciudad recupera su aspecto tradicional de calles creadas de forma orgánica. La piqueta afortunadamente no llegó a todos los lados y así el aspecto resulta mucho más rico, variado y sobre todo humano. Aquella frase de Goya, el sueño de la razón engendra monstruos parece que encuentra su expresión urbanística en las calles recorridas. Tal vez el futuro revalorice estos barrios, llegue un momento en que cambie la ideología o la moda y puedan ser una de las atracciones turísticas berlinesas. De momento sólo es el recuerdo de un sueño socialista que acabó en fría dictadura.
Las distancias entre diversas partes del centro parecen pequeñas y uno no se da cuenta de dónde estuvo un lado u otro de la frontera en los años del muro. En ese momento llegaba al llamado puerto de Humbold. Al otro lado de la calle estaba la antigua estación de Hamburgo hoy museo de arte moderno. Sólo hace falta cruzar un puente y se está al otro lado. Al final del pretil hay una sencilla placa en alemán, inglés y francés y una lápida de piedra con algunos ramos de flores. Justo en ese lugar encontró la muerte el primer fugitivo del muro a pocos días de su primera erección. Günter Liftin, que así se llamaba el mismo, tenía por entonces 24 años. En la foto aparece pleno de vida aunque ahora sería un abuelo de setenta y tres años. Lo que para él fue una elección mortal, cruzar el río, para mí no ha pasado de ser algo trivial.
No tenía un plan previsto determinado ni una dirección decidida. A pocos metros del río se ubica la estación central y así decidí llegar tan lejos como me fuera posible en lo que fuera el Berlín Oriental.
Al paso de tres estaciones se sigue entrando en una ciudad diferente. Efectivamente, una vez se llega a la Alexander Platz, se percibe un cambio espectacular en el paisaje. No hay ya barrios de estructura tradicional. Más bien se suceden bloques y más bloques en complejos ajardinados según los modelos de urbanismo vigentes en los años sesenta o setenta. La verdad es que se aprecia el esfuerzo realizado en reinventar una ciudad moderna, pero a la vista de los gustos de este momento de la historia los barrios han envejecido tan mal que ni salen en las guias turísticas como partes interesantes a visitar.
El público de los vagones ya tenía el aspecto de gente del barrio en uno de sus desplazamientos de ida o vuelta al centro. Adolescentes abrigadas, una pareja de homosexuales maduritos con peluquín y pendientes, madres con sus carritos y todo en vagones a medio llenar. Los modernos vagones del metro no tienen separaciones y por ello se veía todo el interior hasta la cabeza del tren y su serpenteo entre las curvas de los túneles.
Tras un par de transbordos aparecí en medio de lo que fuera la Stalin Allee. o"Alameda de Stalin" que diríamos nosotros. Por verguenza torera los alemanes, tan políticamente correctos en sus decisiones, han sustituido el nombre Stalin por el de Karl Marx, comunista como el primero, alemán por lo menos y sin el pasado tan tenebroso que se le atribuye al presidente soviético que marcara toda una época. El primer nombre, no obstante, le viene al pelo y tal vez es más descriptivo del programa ideológico implícito. Se trata de un proyecto iniciado en los años cincuenta bajo los auspicios de la arquitectura neoclásica soviética. A ambos lados de la calle se ubican edificios de piedra trazados a golpe de líneas rectas. En la parte superior ventanas repetidas a intervalos regulares durante metros y metros, balcones y en la base una columnata tras la cual se perciben tímidamente algunos comercios. Fue aquí precisamente donde en los años de su construcción se dio la primera revolución espontanea frente a un gobierno supuestamente de trabajadores pero en la realidad una imposición de la potencia imperial soviética. La realidad se imponía y la desmesura, si se compara con la parte capitalista de la ciudad, era evidente por más que la arquitectura pretendiera hablar de la grandeza del sistema y sus constructores.
Aquella mañana de sábado las calles estaban tranquilas con algunos viandantes en sus tareas cotidianas. Aquí una abuela con su perro vestido como un abuelo, allá dos repartidores de propaganda, un matrimonio discutidor con apariencia rústica, coches resbalando en el hielo. El sol parecía asomar tímidamente entre las torres y en todas las perspectivas aparecía la bola de la torre de televisión como un gran hermano vigilante de las virtudes comunistas de los ciudadanos. Justo llegando al Teatro llamado "Escenario Popular" o Volksbühne la ciudad recupera su aspecto tradicional de calles creadas de forma orgánica. La piqueta afortunadamente no llegó a todos los lados y así el aspecto resulta mucho más rico, variado y sobre todo humano. Aquella frase de Goya, el sueño de la razón engendra monstruos parece que encuentra su expresión urbanística en las calles recorridas. Tal vez el futuro revalorice estos barrios, llegue un momento en que cambie la ideología o la moda y puedan ser una de las atracciones turísticas berlinesas. De momento sólo es el recuerdo de un sueño socialista que acabó en fría dictadura.
El frío intenso me llevó a una pequeña cafetería frente al teatro. Sentado junto a la inmensa cristalera disfruté de un café que me dio fuerzas renovadas para seguir mi periplo.
La siguiente parada fue en la torre de comunicaciones que fue símbolo del Berlín este para ser hoy asumida como una de las imágenes populares de la ciudad junto a la puerta de Brandenburgo o el mismo Reichstag. Había estado en sus cercanías multitud de ocasiones pero era la primera en que las circunstancias y el tiempo atmosférico me permitían subir y ver el panorama. Resulta irónico que la mejor plataforma para ver la ciudad estuviera en un país que rodeaba una isla prohibida. El oeste tan cercano y palpable como imposible de ser alcanzado. Aquella mañana la atmósfera estaba parcialmente turbia y el horizonte se ocultaba tras kilómetros de bruma. La nieve, al cubrir selectivamente sólo las superficies horizontales ayudaba a crear contrastes que definían con mayor nitidez el paisaje. El río Spree dibujaba una amplia curva desde el este hasta perderse más allá de la isla de los museos. La avenida Unten den Linden (Bajo los Tilos) se lanzaba en una línea recta hasta topar con la puerta de Brandemburgo.
No soy capaz de dar una razón lógica para esa pasión humana por las alturas, por ese deseo de ver el paisaje desde muy arriba y de hacer edificios que desafían la ley de la gravedad. En el fondo la altura significa prepotencia, orgullo desmedido, vanidad sin límite. El comunismo deseó tener su mejor escaparate en un edificio que se alzaba desafiante y plenamente visible y amenazador desde lugares como Kreuzberg al otro lado de la barrera.
El paseo continuaba en dirección oeste. El espacio que una vez ocupara el palacio de los electores y después el parlamento comunista era ese día un solar lleno de muñecos de nieve en manifestación contra el cambio climático. Seguí recorriendo una vez más la Unten den Linden, entré hasta la catedral católica y pasé junto a la plaza Gendarmer Markt. Quería acercarme a una exposición especial sobre la Stasi que había descubierto en uno de mis paseos nocturnos. No tenía mucho tiempo y tampoco descubrí mucha información diferente de la que ya tenía. Si acaso me llamó la atención ver unos frascos originales con paños en su interior. Se trata de muestras del olor de los disidentes. En caso de huida los perros entrenados podrían seguir al sujeto en cuestión. Espionaje, sospechas, control, vigilancia... El sueño socialista murió entre estertores macabros. Un sueño solidario convertido en un infierno en vida.
El espíritu alemán moderno, ecologista y consciente, simpático y mucho más extrovertido va llenando los huecos del pasado. De hecho la mayoría de alemanes quieren olvidar de una vez por todas las huellas del pasado y somos sólo los extranjeros los que nos empeñamos en recordar algo que para ellos es una pesadilla dejada atrás. Para mí realmente la historia alemana es interesante no por su contexto y su situación sino como símbolo de la hecatombe del ser humano en plenitud de su cultura y civilización. Estudiar la historia alemana de los últimos años es hacer una incursión en los orígenes del mal pero igualmente en el espíritu de la lucha por la superación humana. La libertad contra la dictadura. Entender el trauma alemán es entender los límites de la bondad y la maldad del espíritu humano. De quienes somos y de cuanto nos podemos equivocar si apostamos por la violencia.
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