Donde las fronteras no tienen sentido



Fotos del viaje en picasa
El Astra ranchera con matrícula de Westfalia sube y baja las cuestas de un paisaje suavemente ondulado. Al fondo destaca una imponente antena de telecomunicaciones en un paisaje que se hace sinuoso hasta convertirse en la cadena de montañas que separa la Lusacia alemana de Chequia. Isabel, la voz que hemos elegido para nuestro GPS, nos ha metido en un laberinto de pequeños caminos que a veces hasta son apenas una senda de tractores de un solo sentido. En el defecto está la virtud y más allá de la impersonal visión de la autopista nos metemos en el patio trasero de la vida alemana. La frecuente lluvia crea espacios de un verdor profundo que destacaban más si cabe contra el cielo completamente despejado y los campos de trigo en sinfonía de amarillos y ocres. Para el ojo de un habitante del sur el paisaje resulta dulce, casi de calendario de colores chillones.

Toni me pregunta por un lugar donde tomar café en el momento que pasamos un pueblo perdido en el paisaje. Un pequeño quiosko junto a la parada del autobús nos parece una alternativa aceptable y paramos en el pequeño aparcamiento.
-Buenos días, ¿tiene ustéd café?
- Claro que sí -, contesta la muchacha de unos veintitantos. El pequeño quiosko apenas si es un garaje al que se le ha adosado una casita de madera de las que se usan en los jardines. Afuera una mesa de plástico y cuatro sillas. -¿Suelen venir muchos españoles por aquí?- La muchacha dice que somos sus primeros clientes. Piensa un segundo y dice, - algún italiano si que ha venido-. El tópico de las gentes del sur nos une en esa indeterminada raza de italianos, españoles, griegos o portugueses. Nos ponemos a hablar y le pregunto sobre la economía de la comarca. Se trata de una de las regiones más deprimidas de Alemania. La historia ha jugado con Lusacia a aquello de “y tiro por que me toca” y ha pasado por diferentes manos hasta quedarse arrinconada como la comarca más oriental de la moderna Alemania,a escasos pasos de Chequia y de Polonia. Según la muchacha todos los jóvenes se escapan del tedio y el desempleo en cuanto les es posible a otras regiones más dinámicas y la comarca muere encajada entre fronteras. Un fornido alemán con pantalones cortos y peto se acerca desde su furgoneta hasta nuestra mesa. Los alemanes en eso son más prácticos que nosotros y se sienta sin reparos; costumbres del país. -¿Cómo se llama el pueblo?. Melaune, dice la muchacha. Nos reimos por la cacofonía con melones, el motivo de nuestro viaje. Ella aclara, como “laune”, humor en alemán, pero con una Me- delante.

El día había empezado en Berlín a las 3:30 de la madrugada. Hüseyin con su bigotito y su sonrisa amable nos había recogido en el hotel para visitar el mercado de abastos de la capital alemana. Con orgullo del que sabe que lo que tiene lo ha ido montando con su esfuerzo y su pasión por el negocio, nos enseñó sus instalaciones de venta de fruta y verdura siempre con un ojo puesto en la competencia. Como buen mediterraneo y musulmán nos acogió con calidez y hospitalidad. Los buenos negocios al final son entre personas y en eso creo que los sureños seguimos ganando a ese frío y mesurado sentido del tiempo que tienen los del norte. Cuando el resto del la ciudad parecía despertar, el submundo de los tenderos y los fruteros ya estaba acabando. Una vez más nuestro anfitrión se destacó por su sentido de la hospitalidad y no nos dejó ir sin un surtido de bocadillos y bebidas para el viaje.

El nudo gordiano de las autopistas berlinesas se deshizo en unos minutos y no tardamos en enfilar hacia el sur con la voz rotunda de una isabel prusiana, que de tanto en tanto y por motivos misteriosos, nos hacía salir de la autopista y nos obligaba a conocer un ignoto pueblecillo para mandar con igual sentido del orden que volviéramos a incorporarnos sin explicar mucho sus misteriosas decisiones.

En algún lugar paramos junto a un lago lleno de alemanes que braceaban suavemente como extraños mamíferos acuáticos. Una de las morsas, un anciano de la región salió y nos preguntó si no nos bañabamos. 22 grados, demasiado fría para un español sin bañador. El verano alemán es hermoso si el tiempo no lo impide pero nunca suele llegar a nuestros extremos. A mitad de camino se nos ocurrió ir a Zittau e Isabel decidió sobre la marcha llevarnos por los lugares más ignotos de Lusacia, si no qué sentido tenía pasar por Melaune, tal vez con la vana esperanza de convertirnos en los descubridores del territorio.

Zittau es una bonita ciudad que limita a escasos kilómetros, por no hablar de metros, con Chequia y Polonia. Ciudad con tradición textil y minera, agoniza hoy en día por la falta de rentabilidad de sus industrias. La tranquilidad que tanto gusta al visitante es un abrazo mortal que apenas se sentía en un hermoso día de agosto. Las calles, de típico regusto centroeuropeo, estaban limpias y cuidadas. Los edificios oficiales e iglesias destacaban en una población de apenas veintemil habitantes. Para nosotros el tiempo se redujo hasta ser sólo la pausa para comer en un restaurante ubicado en un antiguo recinto monacal y una pequeña vuelta por las calles de los alrededores.

Zittau muere, como Görlitz, junto a la famosa linea Oder-Neise que decidió dividir la que fuera la Silesia Alemana. La carretera que las une discurre paralela al río y junto a gigantescas explotaciones de lignito que han esquilmado el terreno hasta convertirlo en un calvero que se divisa desde el espacio. A nuestra izquierda una vieja mina se ha rellenado de agua con la esperanza de ayudar a convertir la región en una zona turística. Según me contaría poco después el Dr. Kunzle el subsuelo poroso está convirtiendo el proyecto en un fracaso ya que el nivel de las aguas no se mantiene. El tiempo dirá.

Tras nuestra visita comercial en Rothenburg fuimos a visitar la hermosa ciudad de Görlitz. Tras la segunda guerra mundial y por los caprichos de la geografía la ciudad quedó dividida en dos partes separadas por una frontera. En el 2001, mi primera visita, la frontera tenía la apariencia ferrea de la barrera entre la rica unión europea y los deprimidos restos del antiguo imperios soviético. Hoy en día los puentes que unen la ciudad no tienen más marcas de separación que los viejos pilones de hormigón pintados con los colores nacionales y que señalan simplemente el lugar donde todo empieza y todo acaba. La ciudad, ciudades en el sentido técnico, finalmente van al unísono y vuelven a unirse en intereses comunes.

Görlitz conserva el encanto de las viejas ciudades de los mercaderes. Centenares de casas históricas, sus torres de la vieja muralla y las iglesias hablan de un pasado glorioso.La llamada via Regia, nuestra calle mayor, sigue estando flanqueada por casas burguesas preparadas para el comercio desde el sótano hasta el tejado. En los portales pequeños banquitos para ver y ser visto. En cuanto son restauradas la ciudad renace con un encanto indescriptible. Le pregunté a nuestro cliente el Dr. Kunzle, sobre la presencia de turistas. Inexplicablemente no muchos llegan a un lugar tan hermoso, prueba ésta que destinos turísticos y lógica son cuestiones que siempre no cuadran. El intrincado juego de plazuelas y calles, casas con pórticos, columnas y torres convierten la ciudad en un escenario de gran hemosura que sólo a veces se rompe por las ridículas construcciones modernas del lado polaco.

Las fronteras son la marca del egoismo y del empeño de los seres humanos en hacerse diferentes de sus vecinos. A nuestros ojos la región centroeuropea tiene un carácter y un paisaje tan similares que nos cuesta entender los odios enredados entre checos, polacos y alemanes. Görlitz y la región de Lusacia son el mejor ejemplo de lo absurdo de las fronteras. Pasar de un país a otro con cruzar un puente no deja de ser una estupidez. Somos las personas las que nos empeñamos en ser diferentes y juzgar a los demás con nuestro idioma y nuestros credos.Los alemanes jugaron con fuego y salieron achicharrados. Görlitz tuvo la fortuna de seguir en el lado alemán y no perdió su esencia, pero en el premio estuvo el castigo y hoy en día, a pesar de la apertura languidece en el pasado sin encontrar del todo un sentido a su futuro.

Fotos del viaje en picasa

Comentarios

  1. Buenas yo al igual que tu soy de Espanha pero mas al sur, Andalucia.
    Vengo de vez en cuando a la zona puesto que mi mujer es de esa magnifica ciudad que es zittau,lastima como tu bien dices que todo este en la decadencia que llevan los pequenhos pueblos hoy en dia a emigrar a todos sus jovenes en busca de una trabajo fuera de su hogar, aunque se muy bien que todos los que abandonan esta tierra algun dia pretenden volver bien sea para intentar recuperarla o bien para terminar sus dias en su tierra natal. Me parece que tienes un gran blog y ´descubres lugares que visitar. Nino.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

No era el dia, no era la millor ruta. Penya Roja de la Serra de Corbera.

Animaladas

Andrés Mayordomo, desaparecido un día como el de hoy