Justicia poética

Hace ya un año que yo estaba en mitad de mi travesía del desierto personal. La presión de la Consellería por alargar el curso se sumaba a toda una sucesión de circunstancias que me tumbaban una y otra vez. Los graves problemas de salud familiar en los años anteriores, el fallecimiento de mi madre y, yo no lo sabía entonces, el de mi padre, hacían que el verano presentara la peor de sus caras. Mi padre no tardaría mucho en ingresar en el hoy abandonado hospital y fallecer un veinticinco de agosto. Fue un mes donde tuve la inmensa suerte de poder hablar cada día con él sin saber que eran conversaciones entre sones de campanas que tocaban a muerte.

Debió de ser la mañana del último domingo de agosto cuando nos despertamos entre los gritos histéricos de un personaje que intentaba sacar a pedradas a su perro, completamente aterrorizado ante el comportamiento del dueño, de los bajos de un coche negro. Intentamos sin éxito que dejara tranquilo al animal, pero entonces la tomó con nosotros. Llamamos a la policía y supimos que su coche, un inmenso todoterreno de los que llaman "Hummer" yacía con una rueda dislocada a la espera de poderse retirar a un taller. Dada la situación el municipal estaba abrumado y no sabía por donde tirar. Por otro lado el rubio tintado de cuerpo enjuto y fibroso estaba cada vez más alterado, efecto como confesaría más tarde, de una noche subida de tono y de química.Despotricando a toda voz empezó a amenazarnos y decidí salir, dejar la discusión de lado, escucharle, tenderle una mano y ofrecerle un vaso de agua. Afortunadamente se calmó. Durante cerca de una hora me contó con detalle las circunstancias de una vida loca y un destino marcado por la homosexualidad y el desarraigo, su dolor, su soledad y su desconexión paulatina con la sociedad en un Maelstrom que acababa de engullir su navío y amenazaba con hacer lo mismo con el piloto.

Fue en esa época, unas semanas antes, cuando se me había ofrecido la oportunidad de participar en el conjunto de relatos de Homenatge a la Paraula y ya llevaba semanas rumiando una historia de hospitales que no acababa de tener un sentido claro. Al final siempre escribimos de aquello que conocemos y es de la realidad reelaborada, cocinada entre neuronas, de donde salen esos mundos imaginarios de la literatura. Fue así como tras una despedida amistosa, como mi cabeza empezó a elaborar un mundo donde el dolor de la muerte de mis padres, un reciente viaje a La Mancha y el incidente empezaron a tener forma y sentido.

La pasión por la escritura me atrapó durante varias semanas y cada palabra del relato, cada coma, cada frase o personaje tenían que ser como piezas que encajan de forma natural. Fue así como surgió "Nadie espera al gato" ,de la desesperación personal y de la necesidad de sacar todo lo que llevaba dentro con la creación de un cuadro con retazos de mil realidades y referencias.

Esta mañana caminaba por Gandía y de repente he visto a  aquel que desencadenó "El gato", el referente aproximado de mi relato pidiendo limosna entre otros personajes en similar situación. No me ha reconocido. Supongo que el coche roto fue un gasto imposible de asumir en una vida que se deslizaba ya hacia el torbellino de la marginalidad y que ahora malvive como puede de la caridad ajena.

Tal vez yo fui más caritativo con mi personaje, que la propia sociedad lo ha sido con la persona real. A fin de cuentas el héroe de mi relato, tiene un final trágico pero digno. Su muerte y la descripción de una vida en un pueblo cruel con la diferencia tenía, al menos, la dignidad del reconocimiento de sus circunstancias trágicas. La realidad es bastante más cruel dejando varados a muchos seres humanos, sean cuales sean sus circunstancias, desgracias o grado de culpa e impidiendo que ni siquiera sus actos sean heróicos o los rediman.

Allí, sentado en el suelo, con un cartel de cartón seguía al volver de mi paseo. Le he dado una moneda, a pesar de que siempre he pensado que la mendicidad y la caridad son dos formas de parchear el mundo que no llevan a nada. A fin de cuentas pago mis impuestos, entre otras cosas, para que se luche contra la marginación y que quien cae tenga, al menos, alguna red de seguridad. Por pura justicia social.

En este caso no he podido evitar dirigirme a él desearle una vida mejor y hacer un poco de justicia. Al menos poética.


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