Mr. Hyde de paseo por la Safor. Urbanismo y ética



Hace unos días pude ver en el canal “Historia” un documental sobre la ciudad escocesa de Edimburgo. Perteneciente a la serie “Ciudades ocultas” hablaba de la existencia de los restos de la ciudad medieval bajo las nuevas construcciones realizadas para sanear la ciudad. Como suele ser habitual su urbanismo no deja de ser más que un reflejo, como siempre lo es, de los esquemas mentales, valores, filosofía y estructura social de las diferentes épocas en que fue construida.
El documental, basándose en esa estructura urbana y social, establecía un curioso parangón entre Edimburgo y la novela de Stevenson”El Extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”. El ser humano es dual y por ello tenemos una parte bondadosa, racional, educada, ordenada y tal vez reprimida para evitar que emerja nuestro alter ego: Mr. Hyde. Bajo las capas más modernas de nuestro cerebro late el núcleo del reptil, nuestro yo más animal. Los instintos de poder, sexo sin control, hambre, miedo, en definitiva las tentaciones que se simbolizan en la Biblia como el Fruto del Árbol prohibido, viven agazapadas a la espera de poder librarse del control de ese ser convencional con el que nos mostramos públicamente.
La metáfora de la novela es sencilla pero inquietante porque nos retrata perfectamente. Un doctor bondadoso crea una fórmula que le permite transformarse de la noche a la mañana en un ser tan perverso como inteligente que cada vez domina más y más la situación. De las calles del Edimburgo racional y cuadriculado, de las manzanas ordenadas al mundo sinuoso y oscuro de los bajos fondos y la miseria. Parábola moral con materialización urbana.
El programa Google Earth cada vez es más completo y fascinante. Una de las utilidades de la última versión permite ir observando los mismos paisajes en fotografías de diferentes momentos temporales. Retrocediendo en el tiempo hay dos fotografías de 2002. En la primera, de agosto, ni existe mi calle, en la segunda, tan solo dos meses después, ya se insinúa su trazado. Muchos de los campos de naranjos y los viejos caminos de mi niñez siguen todavía intactos aunque con signos evidentes de abandono a la espera del bocado urbanístico.
En concreto la fotografía que muestra mi casa fue tomada el noviembre de 2004. Se ve que fue un sábado porque el mercado de los sábados en Gandía se ve repleto de puestos y coches. La foto es un instante congelado de la vida de la comarca. Coches, casas, personas, todo es como un pequeño hormiguero donde con lupa y paciencia se descubren pequeños detalles sobre aquel momento del pasado. El centro comercial “La Vital” era todavía un solar en construcción. Las naves de “Tableros Faus” estaban siendo rematadas y se ven las sombras de los pilares. Era un momento de plena euforia donde más de cien inmobiliarias compraban y vendía en un mercado feroz que subía los precios día a día. No había límites, si la calidad era mala el constructor siempre tenía diez alternativas más a mano frente a la reclamación del cliente. Como auténticos carroñeros cientos de hienas husmeaban entre los campos en decadencia a la espera de negocios fáciles. La codicia se extendió entre los políticos que de la noche a la mañana poseían las mejores casas y automóviles del pueblo. La “cultura del pelotazo”, como se ha venido a denominar esta época, sustituyó al sentido del honor, al trabajo concienzudo y bien hecho, al cariño al patrimonio histórico… Tal vez un estudio histórico los relacione con el surgimiento de los programas del corazón que glorificaban a auténticos inútiles que nunca hicieron nada más que ser pareja de alguien famoso. La época de las grandes constructoras murió casi al mismo tiempo que el programa “Salsa Rosa”.
No hay fotografía “Google Earth” del 2009. Ya llegará y veremos el momento congelado en el tiempo. Veremos que todo sigue igual pero que todo ha cambiado en diez años. De momento la única forma de percibirlo consiste en pasear por el campo cercano y ver cómo decenas de plantaciones de naranjos fueron y siguen siendo abandonadas. En siete años muchos de los viejos agricultores se han cansado de una situación insostenible y han abandonado aquella que fuera la forma de vida tradicional durante siglos. Tierras fértiles desde tiempos inmemoriales yacen abandonadas como momias de otros tiempos. Como un viejo cadáver se intuyen sus rasgos de su vida pasada pero el tiempo ha cubierto de maleza y podredumbre lo que en otros tiempos fueron fértiles vergeles.
Plaza Mayor, el que fuera el centro comercial novedoso agoniza desde hace años. La Vital, el símbolo de una sociedad de consumo y ocio sin mesura es hoy es un lugar donde muchos locales ya han cerrado por falta de rentabilidad. Tableros Faus, la empresa que creció, como tantas otras, a la sombra del boom urbanístico gestiona un expediente de regulación de empleo; los temidos “ERES”. Muchos trabajadores se exponen a un futuro incierto de paro. Junto a los pueblos muchos polígonos industriales siguen trazados pero sin naves ni actividad. Los territorios colonizados por los últimos PAIS siguen baldíos a la espera de mejores tiempos y los carteles de “Se Vende” cuelgan como símbolo de la desilusión de muchos que creyeron en el crecimiento sin fin del mercado inmobiliario. El mal ya está hecho y por desgracia es irreversible.
Si el urbanismo es el reflejo de la moral de la época tenemos que reconocer que Mr. Hyde ha ganado durante todos estos años la partida. Centenares de empresarios de pacotilla, constructores por no decir destructores, han aprovechado la fórmula mágica del los PAI (siglas de Programa de Actuación Urbanística) para transformarse en los Mr. Hyde del urbanismo. Mientras, los políticos se codeaban con esos mismos siniestros personajes, eso sí, transmutados en honorables ciudadanos con corbata, chaqueta y coche de gran cilindrada. Con dinero fresco del tráfico de tierras, con las manos sucias con la sangre del crimen reciente, compraban voluntades y aliados.
En unos diez años dilapidamos el patrimonio paisajístico de nuestra comarca creado con paciencia durante siglos. Fuimos capaces de acabar con canales de riego establecidos desde la época árabe, mancillar el perfil de muchos pueblos que hasta no hace mucho conservaban su imagen tradicional, con caminos, con trozos significativos de nuestras montañas, edificios y alquerías de otros tiempos. Ese era nuestro patrimonio; no sólo de cada uno de sus propietarios, también de todos.
Como sociedad fracasamos. Sólo fuimos capaces de ser depredadores del paisaje, de hacer un fuego furioso que quemó el pasado para crear un futuro como el actual. Seguimos sin ser un país con un crecimiento sano, hemos educado una generación de jóvenes en la cultura del dinero fácil y de paso hemos arruinado lo mejor que teníamos nosotros mismos y nuestra comarca.
Cuando se nos juzgue en el futuro no creo que los historiadores sean especialmente tolerantes con un momento de la historia como éste. Las futuras generaciones nos acusarán, y con razón, de que les robamos algo que nos pertenece tanto a nosotros como a ellos, nuestro pequeño mundo, nuestro paisaje. Comimos del fruto del Árbol prohibido y con ello nosotros y nuestros descendientes hemos sido expulsados de este pequeño paraíso terrenal.

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