Aplastante mayoría

Mi compañero de trabajo Félix ha enviado un indignado correo este mismo fin de semana supongo que a toda su lista; ventajas de internet a la hora de difundir quejas o ideas. Félix es ese tipo de persona extraña en nuestro mundo que todavía tiene causas por las que luchar. En si mismo podríamos decir que él es una minoría concienciada y solidaria en plena campaña por sacar adelante los doscientos temas que pululan por sus neuronas. El hombre andaba indignado con una canción del grupo Molotov que sonaba atronadora a las tantas de la madrugada entre saltos de los festeros del pueblo donde vive. En la letra se proclama, sin dudas y entre bromas de mal gusto, la punzante homofobia que se sigue dando entre muchas sociedades latinoamericanas de forma mayoritaria. Si bien este era el tema puntual de la queja, en el fondo de su carta subyace la defensa de su derecho individual a vivir y dejar vivir y la crítica a ese tipo masa mayoritaria que en base a la fuerza del grupo impone sus tendencias sin resquicios ni la menor capacidad de autocrítica.

Cuando hablamos de democracia solemos caer en una definición excesivamente simplista que subyace peligrosamente en nuestras actitudes cuando actuamos como masa. Para muchos la democracia es el derecho de la mayoría a imponer sus criterios y su poder frente a la minoría. Parece que no haya nada perverso en este planteamiento. Si diez millones votan un partido y tres otro, el primer partido gobierna. El problema es cuando son diez millones contra una pequeña minoría diferente, tal vez unos centenares, que además se atreve a disentir y exigir el derecho a la igualdad de oportunidades reconocida igualmente por la democracia.

En un salto en el espacio nos vamos a una localidad española llamada Béjar. Jamás he estado allí pero poco a poco voy oyendo noticias que me inquietan y declaraciones que dejan ver un trasfondo de brutalidad fascista. Resulta que un vecino tuvo la mala fortuna de vivir en un lugar privilegiado por sus vistas pero castigado desde que a alguien se le ocurrió la idea de convertirlo en el parque del botellón del fin de semana. Ni corto ni perezoso se le ocurrió creer en uno de los pilares de la democracia, la justicia, que finalmente le acabó dando la razón. Error de bulto; una masa fanática acabó delante de su casa coreando insultos e incluso lanzando objetos contra las ventanas como venganza a su triunfo. Camisetas serigrafiadas con su nombre con lemas en su contra (“Después de casarte no te conviertas en Servate”). Centenares de valientes coreando “hijos de puta” a la puerta de una pequeña familia. El problema no se ha acabado y conociendo estas cosas creo que sigue teniendo las de perder. A pesar de las decenas de policías que han acabado con la fiesta, los insultos y la indignación de las declaraciones de los desalojados no prometen nada bueno. Un adolescente de pelo pincho declaraba en la televisión que no podía ser eso de que prevaleciera el derecho de uno contra todos los demás “Hay mil vecinos aquí y allí sólo hay uno”, “sólo se ha quejado él y por eso nos tenemos que ir de allí”. (¿Y por eso tiene menos derecho?). Otro que ellos se portaban bien y que los botellones eran en silencio y que no molestaban a nadie (¿Sería un velatorio y no un botellón?). La locutora dejaba deslizar entre la noticia que la zona estará acordonada por unos días. ¿Qué pasará después?

Hace unos años fui a un encierro con vaquillas en uno de los pueblos de la comarca. Una vaquilla curtida en estas lides hacía frente a una multitud oculta tras los hierros hasta que alguien conseguía confundir al animal y atraparlo por el rabo. Una multitud salvaje aprovechaba el momento de debilidad y salía envalentonada a lanzarse contra el pobre bicho y molerlo a patadas y hacer burla de su soledad.

Creemos que hemos alcanzado el rango de los seres elegidos pero seguimos siendo el clan de monos desnudos que hace prevalecer la fuerza de la masa. Seguimos siendo la panda de matones que aporrea física o verbalmente a todo aquel que no sea de la manada. Se ha perdido el sentido del respeto a la autoridad en el mejor sentido de la palabra. Ojo que no hay que confundirla con el autoritarismo. Poca gente se atreve a recriminar nada a un adolescente que pinta una fachada - aunque a muchos nos guste que determinadas paredes se queden como están- o que corre desaforado con su motocicleta a muchos más decibelios de los que permite la ley. Hay un fascismo soterrado que hace prevalecer la libertad individual frente al respeto debido al resto de ciudadanos igualmente sujetos de derechos.

La democracia debe basarse en el respeto y protección de los derechos individuales, por más minoritarios que sean, frente a las libertades sin límite de la masa. Si la mayoría es aplastante vivimos en la misma sociedad fascista que acabó enviando comunistas, socialistas, gitanos, judíos o disidentes a las cámaras de gas. Todo es una cuestión de medida pero no de fondo.

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