La coctelera humana
En estos tiempos del siglo XXI, tal vez siga la playa el
lugar donde mejor se representa ese concepto que llamamos humanidad. La mínima
presencia textil, los vestidos reducidos al taparrabos de las culturas
primitivas, nos dejan ver en una intimidad disimulada en tiempos más fríos. Los
más pequeños con cuerpos de cabeza grande y formas rectas, la flor de primavera
que alza arrogante los signos de su juventud, los padres con la tripita que
marca el paso de la vida y las personas que la vida con comida calórica y
hábitos sedentarios han condenado a las formas rotundas y oscilantes que se
tuestan al sol de verano.
Ir a la playa con ojos de fotógrafo es ya fascinante,
revisar los fotos, ver las poses, los actitudes y los acciones nos hablan de la
idiosincrasia de cada uno. ¿Quién será? De dónde vendrá? ¿Qué vida tiene y ha
tenido? Las respuestas, a veces, se vislumbran con pequeños detalles. El
jubilado espatarrado en su silla, las mujeres que chismorrean al borde del mar,
el padre que le hace un hoyo a su niña risueña, el socorrista comiendo el
bocadillo o a los sudamericanos contratados como encargados de los patines. A
cámara rápida la multitud debe ser como un inmenso rebaño de hormigas que van y
vienen a sus los hormigueros. Mirando con lupa el hormiguero vemos, más de cerca,
familias, personas, individuos con personalidad única y sentimientos, ellos
mismos, de ser el centro del su propio universo. Todos lo van, luchando por tener
una existencia digna, trabajando para seguir adelante y, si acaso, para permitirse unas
vacaciones en la playa de Gandia.
El viento sopla de Siroco, el mar está llena de palomas,
como dicen los marineros. Allí, en las montañas, reina la oscuridad de las
tormentas de estos días. La lluvia anuncia la llegada de la monotonía. La playa
permanecerá vacía, melancólica, solitaria y otra vez será nuestra.
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