La buena gente


Este maldito 2013 agoniza en esta semana de vacaciones de Navidad. Con un poco más de tiempo libre  que de costumbre, reparto el ocio entre documentales, películas y series, muchas de ellas en versión original. El lenguaje de la pantalla, simplón y superficial, entretiene y raras veces contiene pensamientos profundos más allá de la filosofía barata, y pensamiento fácil de libro de autoayuda tan propios de la cultura moderna americana.

En medio de cansinas batallas contra ogros y orcos en "El hobbit, un viaje inesperado" Gandalf, el mago popular de la saga, me despierta de ese tedio de imágenes barrocas e increíblemente creíbles. El mago, con pompa y circunstancias, afirma que son los pequeños actos diarios, cotidianos de la gente corriente los que salvan al mundo del mal. No tardo en ligar ese pensamiento con un documental que había visto unas horas antes. El título del mismo, "Chimpancé", es el correspondiente a la vida de un pequeño simio huérfano y perdido tras el ataque de una banda rival y la muerte de su madre en el mismo. El rodaje en cercanía de la vida en su tribu permite acercarnos a esos gestos inquietantemente humanos, sus ojos inteligentes, las manos agarrando objetos con esa naturalidad que las acerca a las nuestras, las caricias o los empujones desdeñosos al pequeño huérfano. El líder de la manada, un bruto  corpulento capaz de desplegar fuerza y violencia para defender su posición, contra todo lo que se podría esperar, adopta al desvalido pequeño y le salva con el cariño de una madre de una muerte segura. Es ese gesto de nobleza en quien consideramos un animal el que nos permite intuir el origen profundo de nuestra conducta social y solidaria.

Efectivamente, es el amor el que nos cambia. Es ese cariño generoso, esa amabilidad que a veces surge con pureza del corazón, la que nos salva de nuestro lado despiadado.

Mi esposa me recuerda que deberíamos llevar flores a mi madre en estos días de fiestas familiares. Por tercera vez me cargo de ánimo y me acerco a ese rectángulo de cemento y a esa placa dorada que representan a mi madre. Me hace mucha falta su bondad, su equilibrio. Me hace falta ese cariño que hasta sus últimos días nos regaló con sencillez. Frente al carácter orgulloso y autosuficiente de muchos esa modestia y bondad callada de la que siempre hizo gala. Supo hacer frente al egoísmo con la permanente preocupación por los demás. ¿Le libró de la muerte? Pues obviamente no, pero si que engrandece su figura y le da esa perspectiva moral donde triunfa el mejor lado de los humanos. Mi madre no será recordada como un personaje importante más allá de su círculo familiar, pero yo si diría que su bondad ayudó en su diminuta escala a hacer un mundo mejor.


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