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Hace tiempo que no entraba por aquí. Agobiado por la carga de trabajo y por mi esfuerzo por mejorar en inglés me olvidé de escribir. Sigo sin haber llegado a la perfección, pero al menos he superado, rozando, el listón.

Mi madre me ha recibido con una sonrisa esta mañana. A pesar de tanta desmemoria no había olvidado la noticia del día anterior. Me ha dicho con esa lengua de trapo de los enfermos de Alzheimer, "Enhorabuena, has aprobado inglés". El instinto de madre se ha sobrepuesto a la enfermedad y ha entendido perfectamente lo que suponía para mí el fín de una carrera que empecé hace ya ocho años.

Si ahora me pregunto porqué decidí empezar, tal vez fuera el resultado de una esperanza infantil de aprender con el esfuerzo de los primeros veranos. Es cierto que adelanté muchos niveles aquellos primeros años, como lo es que el camino del esfuerzo se hace empinado conforme se comprende la magnitud del maremoto de palabras y estructuras contra el que se ha de luchar para mantenerse firme en plena marea.

Si algo he aprendido en el camino es a hacer amigos y apreciar al trabajo de la gente que se gana la vida con la docencia. No quiere decir que no sea crítico con los profesores. Todos somos personas y nos acompañan las imperfecciones, pero faltaría a la gratitud si no reconociera su labor en la cadena de transmisión del conocimiento.

De aquellas primeras incursiones en el espacio digital nacieron conversaciones con gente de Estados Unidos, de Australia, de China, de Italia, de el Reino Unido, de Taiwan, de España.... Algunos llegaron para quedarse, otros compartieron un trecho del camino y se han perdido por el ciberespacio. Gabriele murió de cáncer antes de  poder verme llegar a la meta. Con tenacidad germana me corregía cada palabra una y otra vez. Por fortuna y por desgracia pudimos conversar en inglés unos pocos días antes de su fallecimiento. El inglés fue ese puente que puso en contacto dos vidas separadas por medio mundo y permitió una conversación muy dura donde mi amiga reconocía que se moría.

De Nasim, mi amiga iraní, descubrí un mundo de mujeres de mente abierta en un país opresor. Aprendí sobre su sentido de la familia y sus ganas de escalar montaña. De Teresa Skousen, mi amiga mormona, que las religiones a las que pertenecemos nada importan si el respeto y la educación se imponen. Audra, simpática americana, su esposo y sus niños me dedicó tiempo y buen humor volviéndome loco con ese acento imposible que tienen los americanos .

De Natalie, mi alumna inglesa, aprendí que a veces los adultos podemos aprender de los que son más jóvenes.

Le he dado muchas veces la lata a mis compañeros de trabajo y con paciencia me han ayudado a conseguir materiales y a mejorar mis redacciones. No quiero olvidar especialmente a Natalia y su generosidad.

Por último a todo ese grupo de locos excéntricos que nos juntamos en el café Ronda cada sábado para hablar de lo humano y lo divino. Especial recuerdo para esa parte de la colonia inglesa que se molesta en bajar cada sábado y en aprender de los españoles mientras nosotros damos vueltas y vueltas para no perdernos en la traducción. Lindsay, Nick, Alan, John, Brian, Jürgen.... y todos los españolitos que hacemos coro.

¿Porqué los seres humanos convertimos los idiomas en barreras cuando deberían ser puentes? Es una pregunta a la que no tengo respuesta. En cualquier caso ha sido hermoso cruzar una vez y otra el puente y descubrir que en el aprendizaje de cualquier cosa hay mucho más que aquello que crees aprender y no es otra cosa que esas personas a las que conoces.
Gracias a todos.


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