España años setenta: Viviendo en Trumania


Hace ya unos meses recibí el encargo de la portada del libro para el "XIX Homenaje a la palabra", sobre el tema de los años setenta, el ambiente político y la forma como los protagonistas de la época lo vieron. En aquel momento estaba desmantelando la que fue la casa de mis padres y entre tantos viejos papeles, una y otra vez salían sobres con la cara arrogante con la que Franco miraba desde los sellos de la época. Realmente la cara del dictador era omnipresente en los primeros años de mi vida. Los retratos escolares, el que colgaba en la sede de la OJE, donde se reunía el club de natación, en cada sello, en cada moneda, en la televisión y en los noticiarios. Franco era realmente ubicuo.

En mis primeras ideas surgía una imagen potente, un sello del dictador atravesado por un clavo o un tornillo. La imagen mancillada, torturada, tal como se hace en el vudú es una forma de conjurar el contrapoder, la irreverencia. Pero la verdad es que, por más que deseada, no hubiera representado una época. Por más que veneremos los movimientos que bullían dentro y contra la propia dictadura jamás fueron capaces de acabar con el régimen. Realmente nada ni nadie consiguió sacar a Franco del poder hasta que fue su propio cuerpo el que le traicionó.

No obstante, para ser justos, algo empezó a desmontarse de aquel férreo entramado durante los años setenta. Yo diría que fue la década del interminable desmoronamiento del régimen. El tornillo, en su principio un elemento agresivo, cambió y empezó a ser así el símbolo de los anclajes de un régimen que tenía los días contados.

En el fotomontaje, de concepción cubista ya que mezclaba las tres dimensiones espaciales con la cuarta dimentsión temporal, tomé imágenes de diversos orígenes y sinteticé una cara con diferentes trozos de cuadros y fotos. Los fragmentos abarcaban desde aquel arrogante militar, recien ganada la guerra hasta el viejo decrépito que se asomaba al balcón del el Palacio de Oriente tembloroso o al mensaje de Navidad.

Realmente yo, y asumo que la mayoría de los españoles de mi edad, éramos como el personaje principal en la película "El show de Truman". Vivíamos en Trumania, un planeta cerrado donde casi toda la información que llegaba era digerida previamente por los censores del régimen o negada por las familias temerosas de la locuacidad infantil. Los setenta fueron para mí la etapa en la que pasé de niño a adulto, de los siete a los diecisiete. Fueron años a color, años de ilusión e inocencia, pero también de una ignorancia que, con el paso del tiempo y contagiada por el ambiente político se tornaba en consciencia. Cantar el Cara al Sol, con el resto de nadadores, el día de San Jaime, era como un juego en un soleado domingo al iniciarse la década, ir a ver una película de Bertolucci parte de los hábitos de su parte final.

El fotomontaje iba tomando forma alrededor de un Franco desintegrado pero todavía sujeto por tres tornillos con un cuarto ya suelto. En el fondo  del trabajo surgían, luchando con el primer plano de Franco, las imágenes de las manifestaciones y la represión, la reivindicación de la cultura, las leyes y la identidad propia fueron imponiéndose en un ambiente donde la ilusión de libertad iba adquiriendo más y entidad tal y como se iba conformando gráficamente en mi trabajo.

Como Truman, el pueblo español, iba adquiriendo mayor conciencia de la necesidad de acabar de ese mundo ciertamente pacífico y aparentemente perfecto de veranos al sol entre sombrillas de colores que no era más que una cúpula cerrada controlada y afixiante. Decidí así que el color despareciera y fueran las sombras y el negro las que se apoderaran del conjunto. En lo que se refiere al régimen los prisioneros políticos, la violencia policial, las torturas e incluso las ejecuciones se sucedieron durante la primera parte de la década y aunque poco a poco se avanzaba hacia una democracia se fueron sucediendo actos de extrema violencia y asesinatos de la extrema derecha como el los abogados de atocha en 1977 o el de Yolanda González, en 1980. Yo diría, siendo justos que la década cerró en negro o como mucho con un pequeño resquicio de cielo que aparecía entre las grietas del poder.

En Berlín, el el museo judío hay una habitación con forma de chimenea donde se provoca la sensación que tuvieron las víctimas de los nazis en un mundo donde se sabía de la existencia de la luz pero siempre fuera del alcance de la mano. Creo que la década de los setenta fue un decorado de color de postal, con paz para la vida local en zonas como la nuestra, pero, como en el mundo de Truman una cúpula cerrada, un paisaje aparentemente amable pero una prisión finalmente.

Tengo sentimientos contradictorios. Fui feliz en unos años en una España que hoy me hubiera asfixiado.  Los mejores recuerdos de mi infancia son en color pero no hay más ciego que el que no quiere ver. Como Truman descubrí que el paisaje era siniestro más allá de los colores claros. Como Truman muchos encontramos una puerta y dejamos atrás Trumania. Buenas días, y si no nos vemos buenas tardes, buenas noches.

El problema es que muchos otros tantos siguen añorando un mundo de colores, una realidad alterada donde si aceptabas las reglas, si agachabas la cabeza al pasar, todo era aparentemente perfecto.

¿Cuantos tornillos deberían quedar hoy en mi portada?

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