Vida de perros


En este momento llueve con fuerza sobre los campos de naranjos que rodean casa. Ahora mismo no se oye, pero desde hace más de una semana un perro ladra durante horas su soledad. En uno de tantos campos yermos que tanto abundan cerca de casa alguien ha construido un cercado y ha dejado bajo un toldo y con una caseta de plástico un perro que ha debido vivir tiempos mejores. Desde su punto de vista añora la vida en una manada humana que ahora lo ha apartado y se siente solo y asustado. Encadenado, en su inconsciencia, ha intentado escapar y tiene el morro herido. Cuando me acerqué hace unos días con Troy, mi perro, apenas si intentaba el contacto, ni siquiera visual, en su obsesión por volver a su mundo perdido. Troy, incapaz de entender tanta sutileza, le ladraba desde el otro lado de la alambrada inquieto al verlo tan extrañamente apático.

Revisando, por otro lado, las noticias del facebook una alumna compartía la foto de un perro perdido por Ador. Por su aspecto es un pastor alemán o un cruce de él. El pelo lo tiene apelmazado y sucio. No se le ve la cara y las fotos no permiten apreciar mucho, pero si hubiéramos perdido al nuestro pensaríamos que es él por el color del pelaje y aspecto general. Hemos conversado mi alumna y yo sobre el parecido y ante la pregunta de porqué la gente abandona a los animales le he contestado que en sociedades pobres los perros suelen ser de los primeros marginados. Yo ya lo conocí en mi viaje a Bolivia donde pude ver cómo se sentaban en el arcén de la carretera al "El Alto" a la espera de las limosnas de los vehículos que pasaban.

Troy está tumbado en la cocina. El patio está demasiado mojado para que salga y con toda la casa abierta disfruta del fresco después de días de mucho calor para un animal con un pelaje apropiado más para el frío que para los cuarenta grados que hemos sufrido. Es ya un perro mayor, sufre problemas de artrosis de columna que le hacen renquear con los cambios de tiempo y cada vez que se levanta. De tanto en tanto tiene inflamada la próstata y lo sabemos porque se le hicieron placas. Es un perro muy dulce y aunque nos está costando lo nuestro pagar sus tratamientos los tiene ganados por esa mirada dulce que enamora y ese espíritu de bondad que siempre destila.

En el diario la Vanguardia de ayer alguien hablaba de una nueva comprensión del sufrimiento animal gracias a las técnicas de investigación modernas. De los idénticos mecanismos que rigen el placer, el miedo y el dolor en los animales y la ética que se debe plantear a partir de estos descubrimientos. 

El ser humano tiende a una vision antropocéntrica y utilitarista en relación a los animales y por ello solemos caer en una visión esclavista desde muchos puntos de vista. Siguiendo con el razonamiento canino tenemos perros para la caza, perros abandonados en naves industriales, solares o campos para asustar al que intente allanar nuestros dominios, tenemos perros para la lucha, para llenar la soledad y la necesidad de cariño, para regalar, para concursar o como pasa en Asia para comer. Cada bolita de pelo, al nacer, mira el mundo con idéntica sorpresa de la de un ser humano y poco sabe que, como ocurre con nosotros, por raza, color, entorno y cultura estará destinado a ser un animal mimado y querido o un ser abandonado que morirá atropellado en una carretera.

Estoy seguro que muchos seres humanos somos bondadosos con los animales pero, por otro lado nos hemos arrogado en el derecho a decidir sobre su procreación, su libertad y su educación. Seguramente, desde un punto de vista biológico, la genética canina ha triunfado sobre los lobos gracias a esta simbiosis ancestral con los humanos. Esta relación íntima con los perros nos permite tocar, rozar siquiera, el alma animal. Ver su mirada, el movimiento de sus músculos bajo el pelaje, la respiración tranquila cuando duermen o la angustia cuando piensan que nuestra vida peligra nos permiten acercarnos a esa realidad que paradójicamente nos humaniza. Somos animales, eso es todo. 

Cuando matamos a un león por placer, cuando acosamos a un toro una noche de fiesta, cuando enfrentamos a dos gallos con cuchillas en sus dos patas estamos renunciando a esa maravillosa capacidad de respetar la vida que podemos tener

gracias a una comprensión del mundo que ellos jamás podran llegar a tener. Es tiempo de humildad, mirar al perro y ver que en sus ojos no hay más que el espejo de una vida con derechos, al menos básicos, como cualquier otro ser vivo de este planeta.

La lluvia ha pasado, los ladridos desesperados vuelven a resonar a lo lejos.




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