El agua corre

Heráclito decía que nunca nos podemos bañar en el mismo río y ciértamente el tiempo corre repitiendo los ciclos pero sin llegar a ser una repetición exacta del pasado. En algún periódico leí que según estudios realizados a partir del uso del teléfono móvil los seres humanos no nos movemos, en general, más allá del radio limitado de unos diez kilómetros en todas las direcciones. Así que la tabla de medir los acontecimientos se suele resumir en este pequeño teatro. Mi mundo se extiende en un radio algo mayor; entre los siete kilómetros por el sur, hacia Villalonga y los dieciseis al norte hacia Benifairó. Idas y vueltas y se nos va la vida de ciclo en ciclo.
Unos meses sin escribir en el blog. Una pausa necesaria. La pereza a veces es una de las principales virtudes y no uno de los siete pecados capitales. Ha sido un año difícil con los alumnos. La impotencia frente a los menores problemáticos crecidos por la desidia social y las leyes, quema fuerzas con la violencia de las bombas de fósforo que alcanzan hasta los mismos huesos. Pero he vuelto a mi blog con la resurección de los días más largos año...
Si me limito a hablar de los recorridos a pie probablemente mi mundo se extiende en un círculo de quinientos metros de radio alrededor de mi casa. Este pequeño mundo se compone de los restos del paraiso mancillado entre el asfalto y los cañaverales del río. Como en el juego de la muñecas rusas este pequeño universo es el reflejo del mundo que lo rodea.
Este año ha llovido mucho y el agua escapa hacia el mar con una alegría que no se le conocía desde hacía años y si no décadas. Los niños del pueblo recuperan de forma natural los rituales ancestrales y bajan con sus bicicletas hasta el vado cerrado hace meses por las riadas y chapotean felices entre las piedras de su nuevo campo de juegos. El viejo camino rural se había convertido en una improvisada autopista donde motos, coches e incluso pesados camiones recorrian entre atascos y pitidos. El corte de la via ha devuelto a la suave rampa su aire de paseo agradable donde se puede caminar sin miedo al siguiente kamikaze motorizado.
El sentimiento tribal se manifiesta de nuevo en forma de piedras que vuelan de Almoines al Real y viceversa para marcar el territorio; como siempre ocurrió entre los niños de pueblos vecinos. Unas mujeres se sientan sobre el hormigón mientras sus niñas reproducen los tonos cálidos de los cuadros de Sorolla entre los grandes bloques de hormigón destrozado y el color verde de las algas del río.
Hace dos días, en el mismo lugar, alguien intentó pasar por dentro del río al otro lado con su vehículo todo terreno. El fango y los cantos rodados devoraron la fuerza del motor para dejar el vehículo pegado como una mosca en la mantequilla. La eterna lucha entre la cabezonería del ser humano dominante y la naturaleza irreductible. Basta con levantar la cabeza y ver la ribera cubierta de naves industriales y hormigón; más abajo el río se resiste a morir.
Mi vecino alemán, el mendigo que se llamó finalmente como en mi cuento Estefan, desapareció súbitamente. Una vida de exilio y alcohol sin más amigos que los perros y los gatos y la esporádica compañía de la radio y los libros. Un día la puerta de su casita apareció cruzada por una banda de plástico con el lema policía municipal y cada vez que paso hay una señal más del abandono de la que fue su vivienda durante cerca de un año. Estefan se movía entre la miseria monetaria y la suciedad. Con prejuicios de clase y de raza como los tenemos todos. Él era alcohólico y no drogadicto como otros mendigos alemanes, decía con cierto orgullo honorable. Sentía resentimiento por los extranjeros y la globalización que cambiaba su país, él precisamente que no era un ejemplo de adaptación a sus propias costumbres. Entre sus tesoros un viejo libro escrito con caracteres góticos heredado de su abuela y que lo acompañaba como referente cultural y familiar al mundo que dejó.
El camino que pasa por delante de su casita está cada vez más abandonado. El mimo del agricultor ha sido sustituido por la desidia y las zarzas se comen los huertos. Los naranjos hambrientos pelean por el espacio y convierten los campos civilizados de concepción versallesca en selvas impenetrables. Las rejas que protegen las acequias enterradas bajo el camino han sido robadas poniendo en peligro el paso de algún ocasional vehículo. La responsabilidad de siempre que dejaba claras determinadas obligaciones se ha olvidado. El día menos pensado alguien robará con luz y taquígrafos las farolas y nadie se dará la vuelta. El mundo de los derechos sin obligaciones ni responsabilidades llega hasta este rincón.
Como decía al principio el agua corre en ciclos y esto no deja de ser un espejo más de este mundo. Cada año que pasa mi cuerpo envejece pero los ojos siguen siendo los del niño curioso con cada detalle. No ha sido un buen invierno. El asma y el trabajo me han acercado mucho al sentimiento de la decadencia. Aceptar la realidad, hacer algo para cambiarla, cuidarse para sentirse vivo muchos años y dejar que el agua corra hasta que nos lleve.

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