El terror está cerca
Este año he caminado mucho. Correr por los caminos de las muchas
sierras que nos rodean, llegar a las cumbres era una manera de encontrarme con
el mundo inocente de la infancia, con mis primeras excursiones y con el
instinto explorador del niño ha sido una manera de revivir. La verdad es que necesitaba
esa huida hacia delante, por los caminos de la huerta o los de la montaña para
dejar atrás años duros con enfermedades, con la muerte de mis padres y las
inquietudes por los trabajos en la familia.
Me gusta andar con el perro por los caminos rurales y
algunas de mis rutas transcurren por los caminos y barrancos que hay entre
Alquería de la Condesa, Bellreguard i Rafelcofer. Para mí son lugares entrañables
de una belleza hermosa que vamos perdiendo entre hormigón y asfalto. Este
verano recorrí las cercanías del Trinquete de Rafelcofer, hoy abandonado, paso
con frecuencia por la Pedrera la cantera de mal recuerdo por los fusilamientos
en tiempos de guerra, caminé por el barranco que separa La Alquería de la
Condesa y Bellreguard, recorro las umbrías y las solanas de nuestra tierra por
caminos que parecen inocentes en su actual soledad.
Hay libros que te llaman en cuanto tienes noticias de ellos.
Es el caso de “No matarás” el maravilloso y estremecedor relato de Victor
Labrado que hablaba de un personaje del pueblo de mi suegro, Pepe el Carinyo. Es extraño leer un libro en el
que la escenografía la has recorrido y eras capaz de visualizarla con
exactitud. Me ocurrió con un libro de Tomas Mann que iniciaba en Munich o en la
casa de los Buddenbruck en Lübeck, pero jamás como ahora. Casi cada rincón del
libro forma parte de mi experiencia personal. Parecería que estos últimos años
he estado preparándome para vivir el libro en primera persona, especialmente
este último. Victor Labrado consigue crear un lienzo impresionista en el que el
personaje se construye a base de pinceladas fugaces en una vida de la que ya no
quedan más que legajos y algunos recuerdos sueltos. No diría que el libro presente
a Carinyo como un inocente, tampoco como un indecente con todo y sus robos. No
es un prototipo de bondad, pero para ser justos con su memoria, tampoco una
mala persona. Más bien vemos cómo fue navegando entre las aguas de dos momentos
de la historia en los que los papeles se trastocaron y cada cual tuvo que
sobrevivir como pudo. Los protagonistas del relato. El sacerdote Vicente
Cremades y José Momparler fueron víctimas de la historia, ambos pudieron morir
pero uno escapó con suerte y otro quedó enganchado a la telaraña de la
historia.
Mis padres eran niños durante los años de la guerra.
Conocieron más bien el hambre de la posguerra que la muerte de las generaciones
anteriores a ellos que tuvieron que ir a la guerra bien la de África en el caso
de mi abuelo o la Guerra Civil.
Mi padre tenía doce años, cuando acabó ésta última. Es
decir, tenía suficiente edad para ver y medio entender, para ser espectador
mudo de las conversaciones y los actos de los adultos.
Me crie en un ambiente de familias a las que el triunfo
fascista no les perjudicó en exceso. Mi abuelo paterno fue perseguido en guerra
para ser fusilado por su condición requeté con lo que tuvo una posición
política perfecta al acabar ésta. Mi abuelo materno era simpatizante de la UGT,
pero tampoco ningún convencido revolucionario. No fue molestado ni denunciado.
Por citar un caso un tío de mi madre estuvo un tiempo en prisión tras la guerra
pero poco más.
La niñez siempre es feliz y despreocupada. Yo fue un niño de
los sesenta y cuando nací ya habían pasado dos décadas largas tras el final de
la contienda. Ta ver sea por ello que percibía mi tierra, mi mundo, como
pacífico, lleno de adultos bondadosos que mantenían un mundo cotidiano de orden
y paz. Ellos, por otro lado, recordaban las penurias y el hambre cuando no
querías acabar el plato, tal vez contaban aventuras y desventuras de su niñez,
pero poco más. El tema era tabú, de política no se debía hablar, esa era la
lección de la dictadura.
Fue con la muerte de Franco cuando empecé a saber sobre la
guerra y sus horrores. Empecé a asistir a clases de pintura con un retornado
del exilio. En 1974 la situación era ya más tranquila y Damián Catalá pintor y
poeta pudo volver sin más problemas que una declaración en la comisaría de
policía. Fue un excelente referente ético y el contrapunto necesario para
entender que los “rojos” también podían ser gente digna y decente.
Con mi padre siempre fue difícil hablar del tema ya que
bramaba sobre mi ignorancia y de la necesidad que hubo en 1936 de parar con un
golpe de estado la convulsa época de la República. Me hablaba de las huelgas
que hubo antes de guerra, del miedo a ser asaltados por los piquetes bajando
las persianas y del miedo que pasó la familia al tener que huir de su casa en
plena noche al ser buscados por milicianos. Creo que ahora le entiendo mucho mejor.
No se puede nunca digerir que vayan a tu casa a matar a tu padre.
La primera descripción vívida y detallada de las matanzas de
los años de la guerra la tuve en los libros de Ian Gibson sobre la muerte de
García Lorca y La Guerra Civil de Hugh Thomas. Desde entonces he leído mucho
más sobre las tragedias que ocurrieron en toda Europa y he ido haciéndome una
visión poliédrica de unos hechos que habían sucedido unos pocos años antes de
que yo naciera. Ya tenía, por lo tanto, una visión bastante precisa del terror
que ocurrió en la terrible década de va de 1935 a 1945 pero nunca esa visión
tan certera de la cercanía física y temporal de las bajezas morales que
recorrieron esta comarca rural.
La Guerra Civil es un tema todavía controvertido. El propio
Damián Catalá, seguramente avergonzado igualmente por lo que no se hizo bien,
jamás hablaba de estos hechos. Muchos se llevaron sus secretos a la muerte. No
hemos acabado de cerrar las heridas y, en gran medida habíamos sustituido el
recuerdo por el silencio que ahora las asociaciones por la recuperación de la
memoria histórica intentan cerrar. Enterrar a los muertos y pasar página.
Repasar la historia es aprender que a lo largo de los siglos
se han venido repitiendo algaradas callejeras, razias, venganzas, matanzas en
las mismas calles y caminos que hoy recorremos. No hay que ir a los campos de
la Alemania Nazi, ni a la Camboya de Pol Pot ni a Uganda. La lección es clara,
la violencia nunca está lejos, nunca estamos libres de ella. Sólo hay que crear
el caldo de cultivo ideológico, encender la mecha de una crisis social y pronto
saldrán de la caverna personajes de violencia extrema que por momentos serán
capaces de las mayores tropelías incluso en tierras tan hermosas como la
nuestra.
Es trabajo de todos evitar la injusticia porque esta lleva a
la violencia. Para evitar la guerra hay que trabajar el consenso y el diálogo. Basta
con ver lo que ocurre en internet para darse cuenta que la intolerancia está
ahí y que la violencia siempre es un recurso fácil. No es así, una muerte lleva
a otra y así en adelante.
Afortunado el que viva en un tiempo de la historia pacífico,
en el que la terror sea cosa de lugares y sociedades lejanas, porque éste
siempre ha estado y siempre estará ahí, agazapado entre nosotros.
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